La Biblia en los escritos de Sor Juana

En Sor Juana el amor a la Biblia brilla con intensidad

Por Luis D. Salem

Sor Juana Inés de la Cruz murió en la Ciudad de México el 17 de abril de 1695, cinco años escasos antes del nacimiento del siglo XVIII, época gloriosa en que vivieron Voltaire, Rousseau y otros artífices del mundo moderno.

No exageramos, pues, al afirmar que la ilustre hija de Nepantla formó parte de aquella constelación de cerebros que contribuyeron para dar a tan luminosa época el nombre de El Siglo de las Luces. Creo firmemente que Sor Juana fue, en aquellos días la única contribución del Nuevo Mundo al desarrollo del pensamiento universal, como le fue Garcilaso el Inca un siglo antes.

Su amor al estudio fue, sin duda alguna, la plataforma desde donde Juana de Asbaje se lanzó a los jardines de la inmortalidad. Se dice, y es cierto, que ella cuidaba más el cultivo de su mente que de su belleza física y que, al no poder ingresar en la universidad, se dedicó a leer.

“Proseguí en la estudiosa tarea de leer y leer y más leer”, dice, “de estudiar y más estudiar sin más maestros que los mismos libros”. Todo porque, en su ánimo, podía más el deseo de saber que el de comer.

Alcanzadas las cimas de su formación intelectual, se dedicó a defender los derechos de la mujer: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.

Al ser criticada por esta labor, Sor Juana respondió: “Veo a una Débora dando leyes, así en lo militar como en lo político, y gobernando un pueblo donde había tantos varones doctos. Veo a una sapientísima reina de Sabá, tan docta que se atreve a tentar con enigmas la sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida”. Y así, con la Biblia a filo de pluma, Sor Juana disiente con las más encumbradas figuras de su época defendiendo doctrinas de prosapia cristiana.

Así lo vemos especialmente en “Crisis de un sermón” y en su respuesta a Sor Filotea de la Cruz”. En el primero refuta opiniones del jesuita portugués doctor Antonio de Vieira, predicador de la Corte y confesor del rey Juan IV de Portugal, quien en célebre sermón pronunciado en 1650 había dicho que Cristo solo quiere que nos amemos unos a otros, no que correspondamos a su amor. Sor Juana tomó la pluma y escribió un maravilloso mosaico de textos bíblicos donde probaba que Cristo quiere que le amemos y no solo que “nos amemos unos a otros”.

Entre los textos citados por Sor Juana en este documento más conocido hoy como “Carta Atenagórica”. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: ´Simón hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?´ Le respondió: Sí Señor, tú sabes que te amo…”.

El tema del amor a los padres llama profundamente la atención de la poetisa, quizá por considerarlo superior a todos los amores, pero concluye afirmando que el amor a Dios debe ser más intenso que el amor a los padres. Y dice:

“Ha mandado Su Majestad amar a los padres: ´Honra a tu padre y a tu madre´. Y para que no pensemos que los podemos amar más que a Dios, dice: ´El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí´. Aquí parece que se contenta Dios solo con que no amemos más a los padres que a Su Majestad. Pues no; más adelante pasa la obligación pues hasta ahora solo manda no amarlos más, pero después manda aborrecerlos si son estorbo a su servicio: ´Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y madre y mujer e hijos y hermanos y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo´”.

Ante la dura crítica de Sor Juana a uno de los mejores oradores católicos de aquella época, se alarma el obispo de Puebla quien bajo el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz amonesta a la escritora en una finísima carta. Sor Juana, lejos de someterse, agradece la carta del obispo y en marzo de 1691 envía su “Respuesta”, otro hermoso mosaico de textos bíblicos y argumentos en defensa de la justicia.

Dice: “Veo a tantas y tantas insignes mujeres, unas adornadas del don de la profecía como una Abigail; otras de persuasión, como Ana, madre de Samuel; y otras infinitas en otras especies de prendas y virtudes”.

Se lamenta Sor Juana que la Inquisición límite este amor a las Escrituras prohibiendo leerlas y dice: “Así confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quién querían brotar el cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una herejía contra el arte no lo castiga el Santo Oficio”. Agrega después: “Yo no quiero ruido con el Santo Oficio”.

El tema da para muchas páginas, pero la limitación del espacio en las páginas de una revista “quita la pluma de la mano” y yo, como Sor Juana con el Santo Oficio, no quiero ruidos con los formadores.  Así que pongo punto final aconsejando a los lectores leer más y más a Sor Juana, donde el amor a la Biblia brilla con intensidad.

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