Platiqué con Dios

Foto por Marian Ramsey

Foto por Marian Ramsey

Favor de no leer, a menos que te guste escuchar conversaciones ajenas

Por Cynthia Ramírez 

 Dios dijo: Llora.

 Yo dije: No puedo.

 Hija, llora. Te di lágrimas para que pudieras llorar.

 No me digas hija, bien sabes que ni siquiera te quiero escuchar.

 Pero, ¿por qué? ¿Qué te hice?

 ¡Qué te hice! ¡Como si no lo supieras!

 Sí, lo sé, pero quiero que me cuentes.

 No.

 Por favor, dime qué te hice.

 Está bien, te diré, pero sólo para que me dejes en paz.

Cuéntame.

 Me quitaste a la persona más importante en mi vida. ¿Cómo pudiste? 

Era parte de mi plan. 

Pero, ¿por qué? ¿No dijiste que tú dabas vida? ¿Que tú eres vida? 

Así es. Yo doy vida y soy vida. 

¿Entonces? 

También soy el que quita la vida. 

No entiendo. 

No tienes que entender. 

Pero, aunque seas tú el que quite la vida, ¿por qué? 

Hay muchas razones, pero no es el tiempo de que tú las sepas. 

Siempre lo mismo. "No es el tiempo". ¿Qué nunca se cansan de decir eso? 

¿Es verdad? 

Claro que no. Yo ya tengo la madurez para ver y hacer todo. ¿Que no entiendes todo lo que he pasado? 

Te equivocas, mi hija. 

No me digas hija. 

Tú piensas que estás lista, pero no. 

Yo sé que estoy lista. 

Es como si tuvieras un bebé. El bebé piensa que está listo para volar. 

¿Para volar? 

Tienen mucha imaginación. 

Yo nunca pensé algo tan loco, ¿o sí? 

Te sorprenderías. Bueno, este bebé, que apenas puede caminar, se sube a una mesa y salta. ¿Qué pasaría? 

Pues se lastimaría. 

¿Por qué? 

Porque no está listo para subirse a una mesa y menos saltar. 

¿Tú crees poder explicarle por qué no puede volar? 

Supongo que intentaría, pero no creo que me entendería. 

¡Exacto! 

¿Exacto qué?

 Aunque yo te tratara de explicar, tú no entenderías. 

¿Quieres decir que soy como un bebé? 

Más pequeña que un bebé. Te olvidas de quién soy. ¿Con quién estás hablando? 

Con Dios. 

¿De qué tamaño soy? 

Inmenso. 

Te olvidas que yo te hice. Yo te formé a mi imagen y semejanza, pero todavía eres un bebé. 

Supongo que tienes razón. 

Soy Dios. 

Lo sé, y el simple hecho de que te estoy hablando por primera vez en ocho meses me sorprende. 

Yo te amo. Y me gozo en hablar contigo. 

Hubo un tiempo que yo también te amé. Pero ahora… 

Ya deja de hacerle caso a tu lado humano. Entiende que fue para tu bien. 

No quiero. Quiero seguir enojada contigo. 

Tú sabes que eso no es cierto. 

Claro que lo es. 

Mira por dentro. Abajo de ese enojo, ¿qué ves? 

Lágrimas. 

¿Y qué hacen debajo del enojo? 

Las estoy cubriendo. 

Has hecho un buen trabajo. Ni una se ha escapado. 

Es mi única opción. 

No, yo soy la mejor opción. 

¿Tú? ¿Qué puedes hacer por mí? ¡Arruinaste mi vida! 

Mucho. 

No quiero. Es muy arriesgado. 

Abre tu corazón. Déjame remodelarlo. 

Cuando tenía nueve años dijiste lo mismo y mira cómo estoy. 

Desde que tenías nueve, lo he estado haciendo, pero hemos tenido una pequeña interrupción. ¿Recuerdas? Hace ocho meses no me hablas. Ya no lo pienses más, abre la puerta de nuevo. 

¡Padre! 

¿Hija? 

Sí, entra, ayúdame. ¡Ya no puedo! Pensé que sí iba a poder, pero no. 

No, hija, sola no puedes, pero para eso estoy yo. 

¿Dónde empiezo? 

Abre la puerta, las ventanas, todo lo que puedas abrir. Ahí estaré ya. Ahí estoy yo.  

No sé qué decir. Quiero llorar, pero no puedo. 

Quita de encima todo lo que tienes cubriendo a esas lágrimas, incluyendo tu enojo hacia mí. 

OK. 

Créeme, lo hice porque te amo. Te amo. 

Padre, ¿viste eso? ¡Una lágrima! 

La primera de muchas, hija, y aquí estaré yo siempre, para llorar contigo en cada una de ellas. Ven, vamos al rincón. A llorar. 

Siguiente
Siguiente

3 hábitos del pasado que nos sirven para ser personas más sanas